Me encanta la teoría de los septenios, es una forma de entender como se divide nuestra naturaleza, en situaciones más o menos normales. Hay otras parecidas, pero está tiene su lógica, si la aplicamos o no, ya es cuestión personal.
Es muuuy largo, así que intentaré resumirlo:
0 a 7 años, pasamos de infante a niño.
7 a 14, de niño a adolescente.
14 a 21, de adolescente a adulto.
No hace falta explicar los cambios de estas primeras etapas, la idea es que nuestra metamorfosis se define aproximadamente cada siete años.
A los 21, el joven se separa de la madre, quiere liberarse de la imagen paterna y desarrollar su propio yo, independizarse.
21 a 28, se inicia la carrera profesional, afirmación en el trabajo, ganas de compartir los días con alguien.
28 a 35, más seriedad después de la primera juventud, hijos, éxito profesional, arraigo, inicio de consolidación de bienes…
35 a 42, asentamiento, solidez emocional, éxitos y fracasos económicos, amorosos, profesionales, camino a la cúspide, ímpetu.
42 a 49, consolidación del septenio del 7x7…
Se supone que si no se ha ido dejando incumplidas septenio a septenio, ciertas obligaciones, a los 49 debería estar consolidado nuestro yo, para coronar la cúspide, antes de empezar la declinación, que es inevitable, y que tantos problemas causa cuando no se quiere aceptar.
Al llegar a los 49…Debería estar consolidada:
Realización material, casa, coche, banco, en paz y sin problemas.
Realización familiar, pareja consolidada, hijos hechos y derechos, bien formados, independientes y un orgullo, no una carga.
Realización interior reflejada en el exterior, , una cabeza amoblada, un corazón amable, un cuerpo atractivo, vida sexual satisfactoria.
Realización social, persona aceptada, querida, valorada en el entorno, útil para los que le rodean por su personalidad y aportación.
Es simple, para todo hay etapas, si vemos a un niño trabajando nos horrorizamos, si vemos un grupo de adolescentes haciendo botellón, lo entendemos, lo raro sería ver a un veinteañero catando un buen vino sentado en un buen restaurante, como raro sería ver a cuarentañeros haciendo botellón en el parque…Algo fallaría.
Con los años nuestros gustos cambian, se afinan o definen, apreciamos cosas que antes no, y las posibilidades económicas son distintas a las de nuestras épocas universitarias en las que con pizza y coca cola, éramos felices.
Valoramos la inteligencia y el interior más que los cuerpos cachas y vacíos, la bondad y la serenidad adquieren otro matiz, el arte, la música se sienten de otra manera.
Si no se llega a la madurez espiritual, y los septenios no se han cumplido satisfactoriamente, la cuesta abajo puede ser agotadora, si el cúmulo de todos los aciertos y equivocaciones sin reparar nos superan, tendremos conflictos, depresiones, sensaciones de soledad, en una puede que larga etapa final.La inmadurez espiritual se reflejará en la búsqueda exterior, pretendiendo cubrir el vacío interno, con viajes, cambio de coche, de pareja, de imagen, sin lograr encontrar la paz, en un proceso de negación que causa desgaste y en efecto contrario al perseguido, acelera la vejez, que cae de golpe y porrazo en personas así, frente a otras joviales y alegres sin importar su edad. La visión puramente materialista de la vida, torna a la persona en esclavo de la casualidad contradictorio con la pretensión de creer controlar su vida o la de los demás, total desperdicio de toda una vida mal canalizada.
Hay factores que pueden alterar el curso normal de un septenio, un accidente, una enfermedad, un exilio, pero depende de la capacidad de cada uno para retomar el camino y seguir en la carrera, y hay quienes solo fracasan sin motivos aparentes, por inmadurez emocional la mayoría de las veces.
En la última etapa, mas o menos bien llevada, impera el pensamiento antes que la acción, es más reflexión, espiritualidad, serenidad, puede que felicidad si se sabe dar, y recibir amor en la última fase.
Si se puede la fase de maestro se hace una necesidad en la mayoría de culturas, el volcar la experiencia, se necesita ser escuchado, transmitir algo, dar, sentir que se ha sido útil.

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